Me llena de indignación la superficialidad con la que se aborda el aprendizaje en nuestros días. La proliferación de cursos efímeros y vacíos, diseñados para acumular “certificados” más que conocimiento, es una prueba alarmante de cómo hemos reducido el acto de aprender a una mera transacción mecánica.
Millares de personas responden preguntas tipo test con el auxilio inmediato de la inteligencia artificial, copiando y pegando las respuestas sin detenerse siquiera a leerlas. Este fenómeno trivializa el saber y revela una desconexión inquietante con el verdadero acto de aprender, ese que exige pasión, descubrimiento, indagación y, por supuesto, estudio.
Aprender es, tal vez, el acto más maravilloso que un ser humano puede realizar con su privilegiada mente. Todos poseemos esta capacidad y, aun así, pocos parecen reconocer la belleza de expandir el conocimiento propio. Introducirse en historias que despiertan nuestra curiosidad es fundamental para el saber. Esa curiosidad insaciable, que ,lejos de agotarse con el tiempo, se alimenta de cada nuevo hallazgo y crece con los años, es el motor de cualquier aprendizaje significativo.
Cuanto más lees y estudias, más evidente se vuelve la vastedad de lo que ignoras. Descubres un mundo inabarcable, inmenso, esperando a ser explorado. Es en ese instante, al confrontar la magnitud de lo desconocido, cuando la pasión por el conocimiento se convierte en filosofía: el amor por la sabiduría. Filosofar no es más que detenerse a pensar, a cuestionar, a entender profundamente aquello que te mueve.
Si te apasiona un tema, sumérgete en él con la intensidad que merece. Usa la filosofía como herramienta para ahondar, para iluminar los rincones oscuros de tu comprensión. Porque aprender es una danza entre la mente inquieta y el mundo, entre el misterio y la claridad. Es el viaje infinito de quien no teme enfrentarse a sus propias limitaciones, sabiendo que cada paso adelante es un tributo al potencial humano.
Aprender, al fin y al cabo, es un camino que jamás termina. Un sendero que, al recorrerlo, transforma tanto lo que sabes, como quién eres. Esa metamorfosis es el regalo más puro de la existencia. Y quien lo comprende, quien lo vive, encuentra en cada día una nueva razón para seguir explorando, para seguir preguntando, para seguir aprendiendo.
Al igual que mi maestro, solo sé que no sé nada. Miguel Alemany