El camino que nadie transita

¿Quieres saber qué es el auténtico fracaso? Aquel que trasciende lo material, que va más allá de lo que se refleja en la cuenta bancaria, ese que se clava en el alma.

El verdadero fracaso emerge cuando descubres que aquel que alguna vez ascendió a los escenarios de la vida, bañado por la luz de los focos y envuelto en el eco de los aplausos, despierta un día en un sendero desolado, un paraje árido donde el vacío se convierte en paisaje y la soledad en su única compañía.

Es un camino sin trazos, sin señales, donde las opciones se desdibujan: avanzar sin rumbo, detenerse en el abismo de la incertidumbre o buscar, con la mirada del alma exhausta, una bifurcación que tal vez nunca llegue.

Al principio, quienes te rodeaban mostraban interés y aparentaban preocupación, tal vez incluso ofrecían ayuda. Con el tiempo, descubres que esa preocupación carecía de autenticidad; era curiosidad disfrazada, el deseo de presenciar cómo el exitoso enfrenta su caída. Después de esa llamada, esos mensajes con palabras vacías, se reúnen para comentar, criticar, contar “esto y lo otro”. Mientras tanto, tú sigues avanzando, un paso a la vez, en ese camino que parece no llevar a ninguna parte, preguntándote una y otra vez: ¿cómo llegué aquí? ¿Qué pasará después?

Es difícil seguir adelante cuando estás desilusionado con la vida, los amigos y ese mundo que un día te aplaudía.

Te das cuenta de que, para muchos, nunca fuiste más que lo que podías ofrecer: el brillo del momento, los éxitos compartidos, lo que tenías para dar. Cuando eso desaparece, también ellos desaparecen.

En este camino que nadie transita, las paredes no son de piedra ni de tierra. Están hechas de indiferencia, incertidumbre, miedo, ansiedad, dolor, decepción, desesperación, rabia y sufrimiento. Esas emociones se convierten en tu prisión. Por la noche, la ansiedad se cierne sobre ti como una sombra, estrangulando cualquier esperanza de descanso. Por el día, la incertidumbre te agarra de la mano, llevándote de vuelta al vacío.

Pero quiero decirte algo, y sé que en este estado, quizás mis palabras suenen como un eco perdido, como un consejo que no entiendes o una metáfora que no alcanza a tocarte.

Somos quienes lo entregamos todo por un sueño, quienes apostamos hasta el último aliento por aquello que nos hace vibrar. Y al arriesgarlo todo, a veces parece que lo perdemos todo, pero en realidad, hemos ganado lo más valioso: la certeza de haber vivido con intensidad, de haber perseguido algo grande. Los que no se atreven, los que nunca arriesgan, pierden exactamente en la medida en que eligen existir: con tibieza, sin profundidades, sin la chispa ardiente de la pasión que da sentido a la vida.

Hoy, mientras transitas por este camino, quiero que hagas algo. Busca un árbol, cualquiera, y siéntate debajo de su sombra. Cierra los ojos y deja que la calma, aunque sea mínima, te abrace. No busques respuestas, no intentes descifrar lo que pasó. No te castigues con el “si hubiera hecho esto” o “si hubiera dicho aquello”.

Haz algo mucho más poderoso: detente.

Respira, permite que tu mente deje de buscar explicaciones imposibles y soluciones inmediatas. A veces, la única salida está en quedarte quieto, dejando que las heridas hablen, dejando que las cicatrices tomen forma, porque son ellas las que contarán tu historia.

Estás en el camino que nadie transita, y eso es una señal. Ese camino no es para todos. Es para los que arriesgaron, los que soñaron, los que lucharon. Es un camino que duele, pero también es el único que te llevará a encontrarte contigo mismo. Y cuando lo hagas, cuando te levantes, nadie podrá detenerte.

Recuerda esto: somos quienes, aunque enfrentemos derrotas, jamás renunciamos a la grandeza que nos impulsa. Cada caída es solo un paso más hacia la victoria, porque llevamos en el alma la fuerza indomable de quienes nunca dejan de luchar por sus sueños. Miguel Alemany

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